El año pasado en Marienbad, por Alain Resnais

Como alguien que nada a contracorriente con la esperanza de llegar a la orilla, así actúa el protagonista del “El año pasado en Marienbad”, tercera obra maestra consecutiva de uno de los más talentosos cineastas de la nouvelle vague (o rive gauche, según se quiera), Alain Resnais. Con esta cinta se alzó con el León de Oro a la mejor película en el Festival de Venecia de 1961.

El año pasado en Marienbad

Argumento de la película

La acción, por decir algo, sucede en un hotel del que se desconoce la ubicación. Allí, un hombre (Giorgio Albertazzi) intenta convencer a una mujer (Delphine Seyrig) para que abandone a su marido y se vaya con él, pero ella dice no conocerle. El hombre le recuerda el encuentro que mantuvieron el año anterior en ese mismo hotel, aunque la mujer, desconcertada, mantiene que ni le conoce ni recuerda dicho encuentro. A partir de ese momento, el hombre narra minuciosamente todos y cada uno de los detalles del enigmático encuentro mientras desfilan por la pantalla distintos espacios temporales que se intercalan con aparente arbitrariedad y cuyo único nexo de unión parecen ser los personajes que las pueblan; el hombre, la mujer y el marido de ella.

La obsesión por el tiempo

Teniendo en cuenta que “El año pasado en Marienbad” es una de las películas más enigmáticas de la historia del cine (dejando fuera de la lista las de Lynch), sus interpretaciones varían dependiendo de la persona a la que se pregunte. Algunos espectadores pueden pensar que el sentido de la cinta brilla por su ausencia y que sólo se trata de un ejercicio de estilo de Resnais en el que la historia pasa no ya un segundo plano, sino al último, y cuyos personajes no tienen ningún tipo de profundidad y son, únicamente, maniquíes que colocar en escena para que la cámara tenga unos rostros conocidos a los que fotografiar. Y bien es cierto que las imágenes sostienen de por sí la cinta y la convierten, al igual que a “Hiroshima mon amour”, en una de las películas con mejor puesta en escena de la historia, en un ejercicio de obligatorio visionado para cualquier aspirante a esteta. Dicho esto, ver la cinta de Resnais únicamente por la belleza de sus composiciones hace que el espectador ignore una poderosa reflexión sobre el paso del tiempo, que, al fin y al cabo, es la mayor obsesión de su director.

Sobre el director

En “Noche y Niebla”, Resnais intercalaba planos en color de los campos de concentración vacíos para recordarle al espectador que el dolor causado por la guerra seguía ahí, que aunque hubiesen pasado diez años, el olor a muerte y desesperación no se borrarían de la memoria de la humanidad jamás.

En “Hiroshima mon amour” reflexionaba sobre las consecuencias que provocó la II Guerra Mundial en Francia y Japón. De nuevo, el paso de los años servía como cortina de humo para ocultar el dolor de unas generaciones que tenían que convivir de por vida con lo que habían visto y hecho.

En “El año pasado en Marienbad”, la guerra desaparece de la ecuación, pero la incógnita sigue siendo la misma; el paso del tiempo y su consecuencia natural; el olvido. Hay determinadas cintas en la historia del cine en las que la propia película y su forma de contarla son una metáfora del tema que trata.

Un hotel como metáfora de la mente

Esas películas, por metafóricas, terminan resultando radicales y el rechazo de un gran número de espectadores es el precio a pagar. “El año pasado en Marienbad” es de este tipo de obras. En ningún momento se conocen los nombres de los protagonistas, porque podrían ser cualquier persona. Todo el mundo mantiene una lucha contra el tiempo, aun sabiendo de antemano que está perdida. Resnais intercala presente y pasado hasta desdibujar la temporalidad de las imágenes. Que la mujer no recuerde o no quiera recordar la historia que el hombre le cuenta propicia que el espectador crea estar frente a un ejercicio de realidad-ficción en vez de a uno de presente-pasado. La historia, o la forma de contarla, son una metáfora perfecta de lo que se quiere transmitir. Pero Resnais no se detiene ahí. No se conforma con ofrecer una gran metáfora sobre el paso del tiempo y el olvido, sino que confiere un carácter alegórico a todos los elementos que intervienen en el film. El marido de ella jugando a un juego al que siempre gana o, visto desde otra perspectiva, el resto de gente jugando a un juego al que saben que han perdido antes siquiera de empezar es una metáfora doble: por un lado, y de nuevo, sobre la lucha del hombre contra el tiempo, por otro, de lo inútiles que resultan los argumentos que el protagonista le da a la mujer para que se vaya con él. No hay peor ciego que el que no quiere ver, en este caso, que el que no quiere recordar. El mismo hotel es una metáfora de la mente, de la memoria; los pasillos que parecen no llevar a ningún sitio, las puertas cerradas, las habitaciones vacías.

Puesta en escena y figuras retóricas

La puesta en escena es tan barroca como el hotel en el que sucede la acción. Es barroca y hermosa. Las composiciones tienen una capacidad embriagadora que muy pocos virtuosos de la imagen pueden conseguir. La película es un poema y cada plano un verso que lo conforma. Resnais viste con diversas figuras literarias sus versos no sólo para aumentar su belleza, sino para conferirle el don de la polisemia. Y de entre todas las figuras utilizadas, la que más destaca, por su abundancia, es la elipsis. Resnais crea así un potente oxímoron que se desvela como el germen de la radicalidad de la cinta.

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“El año pasado en Marienbad” es una poderosa metáfora sobre el paso del tiempo, el olvido y la transformación del recuerdo en necesidad fisiológica, no sólo para no cometer los mismos errores una y otra vez, sino para poder ser tan feliz como se fue en un pasado que, por lejano, se vuelve difuso. Y en el centro de ese hotel barroco, de esas imágenes arrebatadoramente bellas, de ese jardín tan simétrico como simbólico, el protagonista, un hombre perdido en la maraña difusa de los recuerdos que intenta rescatar la felicidad del pasado, que inicia una lucha aun sabiendo que ya está perdida, que nada a contracorriente con la esperanza de llegar a la orilla.

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