El Yate de los Instintos: o cómo retratar al ser humano en su desnudez más absoluta

Como el niño que, ante la llegada de un nuevo hermano, empieza a portarse mal para llamar la atención de su madre, así actúan los protagonistas de “El cuchillo en el agua”, ópera prima de Roman Polanski, con la que se alzó con el premio de la crítica en el Festival de Venecia en 1962 y obtuvo una nominación al Oscar a mejor película extranjera en 1963, galardón que perdió frente a “8 ½” de Federico Fellini. Toda una entrada por la puerta grande al mundo del cine.

El cuchillo en el agua Roman Polanski

Sinopsis de la película

Andrzej (Leon Niemczyk) y Krystyna (Jolanta Umecka) recogen en la carretera a un chico que está haciendo autostop (Zygmunt Malanowicz) y le invitan a pasar el día con ellos en su yate. Esta situación, aparentemente banal, da pie a una extraña competición entre los dos hombres por demostrar su poder, tanto físico como mental, para pavonearse delante de la mujer e intentar conquistarla.

Pulsiones y razón

Polanski construye un relato en el que no se deja un tema por tocar, habla de todo y todo lo hace con fundamento. Sus personajes tienen una profundidad tan apabullante que terminan resultando simples. Al fin y al cabo, no son más que hombres, y el hombre sólo es un animal con una capacidad de raciocinio superior a la del resto de seres vivos. Lo realmente importante es que, a la hora de la verdad, como bien demuestra la película, el raciocinio desaparece y los instintos más básicos, las pulsiones más fuertes, se convierten en el motor de las acciones. Durante gran parte del metraje, el espectador es testigo de una confrontación entre opuestos; clase alta y baja, lo natural y lo manipulado, el mar y la tierra. Un hombre representa un término, el otro, el opuesto. Y en el centro, la mujer, esposa de uno y fantasía del otro, que actúa como elemento apaciguador entre ambos, pero que se termina desvelando como el germen de su comportamiento errático.

Una visión antropológica

Todos los elementos están conjugados de forma excepcional para ofrecer una verdadera reflexión, un estudio tan afilado como realista de la condición humana. Polanski concluye su disección con éxito y descubre cuál es el sentimiento que impulsa las acciones de los personajes, porque si bien es cierto que la mujer es el detonante, cabe aclarar que no es el único. El segundo, y definitorio elemento, es el miedo. La sensación de peligro que siente un animal ante la posibilidad de que le hagan daño, de que le quiten lo que es suyo, es lo que inicia esa competición que empieza con piques y juegos de mesa y termina empañada por el olor a muerte.

Puesta en escena

La puesta en escena es opresiva hasta la extenuación. La idea es encerrar a los personajes en un espacio pequeño (el barco) y filmarlo de tal forma que sus dimensiones parezcan aún menores. El uso de los cuatro tercios y de los escorzos son decisiones tan acertadas como dolorosas para el espectador. Durante gran parte del metraje, los tres protagonistas comparten el mismo plano y mientras que uno está en primer término ocupando la mitad de la pantalla, los otros dos tienen que repartirse el espacio restante. El resultado son unas composiciones en las que no hay aire que respirar, espacio libre por el que huir. El choque entre dos personas completamente diferentes, entre, ya se ha dicho, un término y su antítesis, es algo inevitable. El director espera que la lucha entre esos seres tan dispares saque a las bestias que llevan dentro y, una vez que hayan explosionado los animales, su confrontación resulte en una implosión que muestre sus verdaderos miedos, lo inútiles que resultan las construcciones sociales cuando lo que está en juego es la supervivencia.

Ya se había mencionado, Polanski habla de todo y todo lo hace con fundamento. Su intención última es la de perforar la carne y el hueso hasta llegar al tuétano para que el resto caiga a través del silencio, de la sangre, del ridículo que resulta de la batalla. Pocos usos mejores de la sinécdoque se pueden encontrar en la historia del cine.

Conclusión

“El cuchillo en el agua” es la base sobre la que Polanski construyó el resto de su obra. Sus rasgos autorales se pueden apreciar de forma notable y en sus posteriores cintas no haría más que expandirlas hasta alcanzar unas cumbres de perfección que lo convertirían en uno de los mejores cineastas de la segunda mitad del siglo veinte y las dos primeras décadas del veintiuno. Pero nada de eso existiría si no fuese por esta obra pequeña en dimensiones, pero enorme en calidad. Un relato asfixiante sobre los opuestos y su confrontación, sobre las verdaderas pulsiones del ser humano, sobre un niño que, ante la llegada de un nuevo hermano, se porta mal para llamar la atención de su madre.       

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