El ser humano creó las vestimentas para protegerse del frío. Con el paso del tiempo, lo que eran retazos de tela descuidados se convirtieron en ampulosos diseños con joyas y demás oropeles que lucían aquellos que disfrutaban de una vida acomodada. La ropa, por tanto, adquirió el carácter de distintivo social. Así, hasta llegar a la actualidad, en la que se ha convertido en un objeto de consumo masivo que, lejos de acrecentar las diferencias, convierte a las personas en maniquíes reemplazables. Se podría afirmar sin riesgo a equivocarse que la ropa, su concepto original, ha sido pervertido y desdibujado a causa de la evolución, del progreso. Ese mismo proceso de putrefacción es el que sufre la religión en “El Evangelio según Mateo”, cinta con la que Pier Paolo Pasolini se alzó con el premio especial del jurado en el Festival de Venecia de 1964.
Sinopsis de la película
La película adapta los acontecimientos clave del texto de Mateo; la aparición del ángel Gabriel ante José para anunciarle que su mujer va a dar a luz al hijo de Dios, el nacimiento de Cristo, la visita que recibe por parte de los Reyes de Oriente, su huida a Egipto, su encuentro, ya de adulto, con su primo Juan, las tentaciones que sufre por parte del diablo en el desierto, el reclutamiento de los apóstoles, la traición por parte de Judas, la crucifixión y, cerrando el círculo, la aparición de Gabriel ante la Virgen María para anunciarle la resurrección de su hijo.
La lírica que hay detrás de la película
En 1962, dos años antes del estreno de “El evangelio…”, Pasolini escribió “Súplica a mi madre”, un poema que fue recogido en su libro “Poesía en forma de rosa”. En dicha composición se puede leer:
Porque el alma está en ti, eres tú, pero tú
eres mi madre y tu amor es mi esclavitud.
Si bien es cierto que la receptora de dichas palabras, la persona en la que pensaba el poeta cuando escribía estos versos, era, como bien reza el título, su madre, también podrían ser palabras que Cristo, el de Enrique Irazoki, podría pronunciar durante una de sus oraciones a su padre.
Realismo y sequedad narrativa frente a épica
La reflexión recogida en dichos versos es, precisamente, lo que muestra Pasolini en su película; el vía crucis al que es sometido un Jesús que sólo quiere cumplir la misión que Dios le ha encomendado por amor, tanto a él como a la humanidad. La idea es hacer la transcripción más realista, más fiel, de las palabras de Mateo y la forma de llevarla a cabo es desechando los ornamentos, rompiendo las vestiduras y mostrando la carne en su más compleja desnudez. Porque mientras que cintas bíblicas como “Los diez mandamientos” o “La historia más grande jamás contada” optan por una épica grandilocuente que lejos de ser oxímoron es contradicción, mientras que en “La pasión de Cristo” Mel Gibson confunde veracidad con regodeo y detiene la cámara en cada herida buscando epatar a un espectador que cree ver en el uso del arameo una decisión de fidelidad que se termina desvelando como un truco tan efectista como burdo, Pasolini se decanta por una sequedad narrativa que posee una belleza virginal nunca antes vista en la pantalla grande.
Puesta en escena y personajes
Los actores no profesionales, las localizaciones reales, la no existencia de un guion más allá de la Biblia y el profundo respeto, y cariño, con el que Pasolini retrata a cada uno de los personajes, ya sea el propio Mesías, la Virgen, interpretada por su propia madre, los apóstoles o los lisiados que reciben la gracia de Dios, son los elementos que convierten “El Evangelio…” en la más pura, fiel y hermosa adaptación que se haya filmado jamás sobre la vida de Jesús.
Hay que hacer una mención especial a la música que implementa el italiano. Las composiciones de Bach, Sergei Prokofiev y Mozart elevan la belleza de las imágenes y son fundamentales para crear una emoción que, lejos de ensalzar o subrayar nada, se clava como un puñal en el pecho del espectador.
El paralelismo que se traza entre la religión prostituida a la que se enfrentó Cristo y la deformación del concepto etimológico de la ropa es claro. Pasolini, el mayor intelectual de la segunda mitad del siglo XX, propone en “El Evangelio…” la desnudez absoluta como forma de contrarrestar ambos problemas. Porque es ahí, en el preciso instante en que el ojo humano aprecia la carne en su completa y perfecta imperfección, cuando se consigue tocar la realidad, la más inocente, la más frágil, la más mística y, por tanto, la más hipnótica.

Graduado en realización de proyectos audiovisuales y espectáculos, ávido devorador de cine. La pasión por el séptimo arte traspasó la pantalla y llegó hasta el papel.